miércoles, 28 de febrero de 2024

El silencio de José. BENEDÍCTO XVI (Several languages)

MARÍA GLADYS CARRASCO HARVEY.vc



Queridos hermanos,
pero que importante es el silencio, ¿Verdad?...
Especialmente, en estos días donde el ruido y la saturación de actividades predomina en nuestra sociedad. De una actividad, pasas a la siguiente y así sucesivamente tus días transcurren velozmente... a veces, muchas veces dejándote un sentido de vacío existencial. Nuestro querido Patriarca, San José, nos enseña a experimentar el silencio y el bien que hace a nuestras almas para conversar con Dios e iré descubriendo paulatinamente su sagrada voluntad para nuestras vidas. 
Papa Benedícto XVI, nos comenta al respecto, analicemos el texto y aprendamos de él.





BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 18 de diciembre de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. 





Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. En la página evangélica de hoy san Lucas presenta a la Virgen María como "desposada con un hombre llamado José, de la casa de David" (Lc 1, 27). 





Sin embargo, es el evangelista san Mateo quien da mayor relieve al padre putativo de Jesús, subrayando que, a través de él, el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como "hijo de David". 





Desde luego, la función de san José no puede reducirse a este aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. 





Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe. 





El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". 





Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. 





En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos. 





Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia. 





No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20). 





Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.





BIBLIOGRAFÍA :







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martes, 27 de febrero de 2024

San José y la obediencia a la Providencia. BENEDÍCTO XVI (Several languages)

MARÍA GLADYS CARRASCO HARVEY.vc



Queridos hermanos,
Dios siempre está presente en nuestras vidas. El gran detalle es que en muchas ocasiones andamos super distraídos e inmersos en tantas cosas que nos alejan de su presencia. Yá el hecho de tener un hogar, es un lujo en estos tiempos tan nefastos que vivimos, tiempos de violencia y consumo, de derroche y marginación, de vicios y pecados capitales.
"Dios es mi Pastor, nada me falta"... es el versículo bíblico que denota la infinita Providencia, la Presencia de Dios en y con nosotros...tenemos que ser obedientes y gratos a esa Providencia. Precisamente, nuestro inolvidable Benedícto XVI, nos introduce en esta temática desde la persona de nuestro querido Patriarca San José.



BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 19 de marzo de 2006




Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, 19 de marzo, se celebra la solemnidad de san José, pero, al coincidir con el tercer domingo de Cuaresma, su celebración litúrgica se traslada a mañana. 




Sin embargo, el contexto mariano del Ángelus invita a meditar hoy con veneración en la figura del esposo de la santísima Virgen María y patrono de la Iglesia universal. 




Me complace recordar que también era muy devoto de san José el amado Juan Pablo II, quien le dedicó la exhortación apostólica Redemptoris custos, custodio del Redentor, y seguramente experimentó su asistencia en la hora de la muerte. 





La figura de este gran santo, aun permaneciendo más bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de la salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente "hijo de David". 





El evangelio de san Mateo, en especial, pone de relieve las profecías mesiánicas que se cumplen mediante la misión de san José: el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2, 1-6); su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (Mt 2, 13-15); el sobrenombre de "Nazareno" (Mt 2, 22-23). 




En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. 



Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo —la humildad y el ocultamiento— en su existencia terrena. 






El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado.




Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa. 






Que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. 




Que proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con sus diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación. 








BIBLIOGRAFÍA :




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San José perseveró con fidelidad y amor en su misión. JUAN PABLO II (Several languages)

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Queridos hermanos:
fidelidad, amor y misión son tres términos que vividos nos conducen a la realización personal, a esa satisfacción propia que todo ser humano busca a lo largo de su existencia. Ese sentirse bien con uno mismo y luchar siempre por un mundo mejor, donde Dios sea lo primordial para la persona humana.
Cuando vivimos nuestra misión existencial con fidelidad y amor, vale decir con coherencia y todo el amor posible y guiados por Dios, siendo dóciles y obedientes a sus enseñanzas...entonces es que lograremos ser siempre felices aunque las circunstancias sean adversas.
Nuestro querido San Juan Pablo II nos explica esta faceta de la vida del gran José de Nazareth...




CAPILLA PONTIFICIA PARA LA ORDENACIÓN DE NUEVE OBISPOS 
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Lunes 19 de marzo de 2001





1. "Este es el siervo fiel y prudente a quien el Señor ha puesto al frente de su familia" (cf. Lc 12, 42).






Así nos presenta la liturgia de hoy a san José, esposo de la santísima Virgen María y custodio del Redentor. Él, siervo fiel y prudente, aceptó con obediente docilidad la voluntad del Señor, que le confió "su" familia en la tierra, para que la cuidara con solicitud diaria.






San José perseveró con fidelidad y amor en esa misión. Por eso la Iglesia nos lo presenta como modelo singular de servicio a Cristo y a su misterioso designio de salvación. 




Y lo invoca como patrono y protector especial de toda la familia de los creyentes. 





De modo especial, nos presenta hoy a san José, en el día de su fiesta, como el santo bajo cuyo eficaz patrocinio la divina Providencia quiso poner a las personas y el ministerio de cuantos están llamados a ser "padres" y "custodios" en el pueblo cristiano.






2. «"Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". (...) "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?"» (Lc 2, 48-49).






En este sencillo diálogo familiar entre la Madre y el Hijo, que el evangelio acaba de proponernos, se encuentran las coordenadas de la santidad de José. Responden al designio divino sobre él, que, como hombre justo, supo secundar con admirable fidelidad.






"Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando", dice María. "Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre", replica Jesús. Precisamente estas palabras del Hijo nos ayudan a comprender el misterio de la "paternidad" de san José. 





Al recordar a sus padres el primado de Aquel a quien llama "mi Padre", Jesús revela la verdad del papel de María y de José. Este es verdaderamente "esposo" de María y "padre" de Jesús, como ella afirma cuando dice: "Tu padre y yo te andábamos buscando". 





Pero su esponsalidad y paternidad es totalmente relativa a la de Dios. José de Nazaret está llamado a convertirse, a su vez, en discípulo de Jesús dedicando su vida al servicio del Hijo unigénito del Padre y de María, la Virgen Madre.





Se trata de una misión que él prolonga con respecto a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, a la que siempre brinda su próvida asistencia, como hizo con la humilde Familia de Nazaret.





3. En este marco, es fácil dirigir nuestra atención a lo que constituye hoy el centro de nuestra celebración. Dentro de pocos momentos impondré las manos a nueve sacerdotes, llamados a asumir la responsabilidad de obispos en la Iglesia. El obispo desempeña en la comunidad cristiana una función que tiene muchas analogías con la de san José. 




El Prefacio de esta solemnidad lo pone muy bien de relieve, indicando a san José como "siervo fiel y prudente puesto al frente de la Sagrada Familia para que, haciendo las veces de padre, cuidara al Hijo de Dios". "Padres" y "custodios" son los pastores en la Iglesia, llamados a actuar como "siervos" fieles y prudentes. A ellos se ha confiado la solicitud diaria del pueblo cristiano que, gracias a su ayuda, puede avanzar con seguridad por el camino de la perfección cristiana.



Venerados y queridos hermanos ordenandos, la Iglesia os acompaña y os asegura su oración, para que desempeñéis con fiel generosidad, a ejemplo de san José, vuestro ministerio pastoral. Os aseguran su oración, en particular, quienes os acompañan en este día de fiesta: vuestros familiares, los sacerdotes y los amigos, así como las comunidades de las que procedéis y a las que estáis destinados.




4. Las ordenaciones episcopales, que suelo conferir el día de la Epifanía, este año han sido aplazadas a causa de la conclusión del gran jubileo. Así, tengo la oportunidad de realizar este rito en la solemnidad de San José, tan querida para el pueblo cristiano. Esto me permite encomendaros con particular insistencia a cada uno de vosotros a la incesante protección de san José, patrono de la Iglesia universal. (...)




6. Queridos hermanos, como san José, modelo y guía de vuestro ministerio, amad y servid a la Iglesia. Imitad el ejemplo de este gran santo, así como el de su Esposa, María. Cuando encontréis dificultades y obstáculos, no dudéis en aceptar sufrir con Cristo en favor de su Cuerpo místico (cf. Col 1, 24), para que con él podáis alegraros de una Iglesia toda hermosa, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada (cf. Ef 5, 27). El Señor, que os dará siempre su gracia, hoy os consagra y os envía como apóstoles al mundo. Llevad grabadas en vuestro corazón sus palabras: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28, 20), y no temáis. Como María, como José, confiad siempre en él. Él ha vencido al mundo.









BIBLIOGRAFÍA :








MARÍA GLADYS CARRASCO HARVEY.vc




SAN JOSÉ,
ruega por nosotros que recurrimos a tí!!!...










lunes, 26 de febrero de 2024

¿Cómo ejerce José esta custodia?. FRANCISCO (Several languages)

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Queridos hermanos,
la gran característica que tipifica la personalidad de San José, es la de ser "CUSTODIO"!!!...
Y precisamente a ello estamos llamados cada uno de nosotros...
Les dejo la sgte. homilía de nuestro querido Papa Francisco, el cuál nos invita a meditar al respecto.










SANTA MISA 
IMPOSICIÓN DEL PALIO 
Y ENTREGA DEL ANILLO DEL PESCADOR 
EN EL SOLEMNE INICIO DEL MINISTERIO PETRINO 
DEL OBISPO DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Pedro
Martes 19 de marzo de 2013
Solemnidad de San José




Queridos hermanos y hermanas

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.






Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.





Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). 




En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, 





como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).




¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. 




Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. 




Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como en los difíciles, en el viaje a Belén para el censo 




y en las horas temblorosas y gozosas del parto; 




en el momento dramático de la huida a Egipto 




y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; 




y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.




¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. 




Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. 




En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; 



pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación.




Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. 



Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. 




Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. 

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Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.





Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. 





Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.




Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. 



Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. 



Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.




Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.




Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. 




Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: 




Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. 




Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; 



debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.






En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. 



También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. 




Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.




Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.




Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Rezad por mí. Amén.







BIBLIOGRAFÍA :



MARÍA GLADYS CARRASCO HARVEY.vc


San José, 
ruega por nosotros que recurrimos a tí...









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